Buenos días, Capitán. Escribo esta carta porque me gustaría formar parte de su tripulación. No me presento como marino ni como cocinero; tampoco con la intención de limpiar los camarotes (aunque bueno, si haciéndolo me acepta, siempre se puede negociar): me presento como escritor.
Sé lo que estará pensando: ¿hay algo más inútil para formar parte de un barco que un escritor? Pero véalo de esta forma: ambos ganamos algo con esto. Yo gano experiencias, ideas, historias que contar. Puede que incluso encuentre a mi musa al otro lado del océano. ¿Y usted qué gana? Bueno, es sencillo: usted gana un escritor. Puede parecer poca cosa, pero no lo es. Las travesías son largas y las horas pasan lentas en alta mar: no hay nada más que agua y cielo que mirar. Pero a través de mis escritos podréis ver lo que queráis: desde un volcán en erupción hasta un bosque de árboles de hielo. Escribiré también sobre usted: sus hazañas navegarán durante siglos de boca en boca y harán eco en la eternidad.
Y si esto le parece poco, si ser la leyenda que cruzará el océano más rápido que los pájaros que ve desde la borda no le parece suficiente, le propongo una cosa más: cada noche le contaré una historia a su tripulación, y cada noche viajarán a un rincón del mundo y serán quien quieran ser.
Le aseguro que no se arrepentirá de tener a alguien que puede hacer que sus horas muertas cobren vida.
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