30/10/16

INCREIBLE, PERO CIERTO
Sábado, 17:30. Un grupo de jóvenes alegres y despreocupados se encaminan hacia la iglesia. El párroco les ha dejado la puerta entornada. Al entrar una penumbra agradable les sorprende, pero esa sensación dura breves segundos, porque como un imán sus ojos se dirigen hacia el altar adornado con flores y con todas las luces encendidas. El contraste es colosal: resplandor en el presbiterio, oscuridad en el resto de la nave. ¡Claro, hay boda! por esa razón el grupo ha ido tres cuartos de hora antes para ensayar.
El sacerdote les indica que el coro, en esta ocasión, estará arriba en la parte derecha del altar. A la solista no le hace ninguna gracia, prefiere estar abajo y pasar inadvertida, pero no dice nada, ni siquiera el grupo ha emitido una leve protesta. Todos saben que arriba deben guardar cierta compostura, porque son un foco más de luz, cualquier cuchicheo entre canción y canción, gesto, etc. será observado por la feligresía. Aunque no deberían extrañarse, no es la primera vez que lo hacen, por ejemplo, en las grandes celebraciones litúrgicas…han de situarse en el altar. No obstante, ellos se sienten más libres abajo.
El grupo es bastante peculiar, sano, jovial y ESPONTÁNEO, sobre todo las chicas.
Han dejado las guitarras y los bongos a un lado, suben las sillas y las disponen en filas, salvo los instrumentistas que se acomodan delante del grupo cantor.
Comienza el ensayo, sale perfecto, tan solo repiten el ofertorio y la canción final.
Entre tanto, D. Juan, el cura, ha dado al interruptor de luces, a continuación se ha dirigido a la sacristía para prepararse.
Comienza a llegar la gente al templo, los más emperifollados son los que van de boda. El silencio se rompe y los murmullos se propagan hasta aquietarse, una vez sentados en los bancos. Hay un cruce de miradas entre los de arriba y los de abajo.
La novia, novio y padrinos se encuentran de pie junto al reclinatorio. Ella muy feliz, con una cara muy sonriente y expresiva, que contrasta con los dos chicos; uno, el que está a su lado, con cara de circunstancias, nervioso en sus gestos como asustado; y el otro, sonriente y feliz como la novia. Así pues, una de las componentes del coro junto con la solista, creyeron que no estaban bien colocados: el novio debía ponerse al lado de la novia y el padrino al lado del novio, además, se veía con claridad meridiana quién era quién. Las dos tenían vergüenza en decírselo, al final, fue la solista quien se levantó, bajó los escalones y  dijo: «Estáis mal colocados», y les indicó el lugar correcto de cada uno. Ellos obedientes hicieron el cambio. A los pocos minutos asomó la cara D. Juan, salió precipitado – qué extraño, sin tocar la campanilla de comienzo del acto -. Todos los presentes se pusieron en pie. Él sin hacer caso se dirigió a los novios y los volvió a recolocar, y regresó de nuevo a la sacristía.
Nada más sentarse los feligreses e invitados, sonó la campanilla, todos en pie otra vez, y en esta ocasión, sí, salió el cura en medio de dos monaguillos y todo prosiguió según lo establecido.
En el coro había dos personas que hacían verdaderos esfuerzos por contener la risa, tanto, que las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Al finalizar la boda, D. Juan se dirigió a las inductoras y les dijo: «¿Así que queríais casar a la novia con el padrino, eh?». Todos, incluido el sacerdote, estallamos en una risa sonora y prolongada. 

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