Por
fin han dejado de destrozar mi mundo,
me ha dicho mi hija esta mañana. Yo he abierto un ojo y me he sacudido el
sueño, pero mis neuronas encargadas de descifrar la lógica infantil seguían
desactivadas. Ya en el desayuno, con algo más de información, he entendido, en
parte, su entusiasmo. Todo me sale bien.
Mi suerte ha cambiado tras el accidente, repite como un mantra. Que si ya
nunca falla el wifi de casa; que si los desalmados que pisoteaban su mundo de
bloques virtuales en Minecraft se han esfumado; que si ya no le asusta dormir
con la luz apagada; que si se ha cumplido su deseo de tener una mascota… Se
refiere a un gato callejero que ha adoptado sin pedir permiso a nadie y al que
ha bautizado con el nombre de Suicida. Se trata de un animal que desafía su
suerte varias veces al día. En cualquier momento logrará saltar al otro barrio.
Lo veo venir. Pero eso a ella no le preocupa porque está convencida de que si
los gatos tienen siete vidas, Suicida tiene mil. Además, donde yo veo imprudencia; ella ve valor.
Y
todo gracias a mis nuevas líneas de la
mano, dice
acariciándose las cicatrices que surcan la palma de su mano izquierda, unos
cortes recientes que han variado sus líneas de la vida y de la suerte. La línea
de la cabeza ha quedado intacta. A la que todo
le sale bien se le ha metido en la mollera que las cicatrices han alterado
su destino.
Para colmo ha descubierto en
internet una noticia que confirma su teoría. Parece ser que un cirujano
plástico japonés, el doctor Matsuoka, rediseña las líneas de la mano con un
bisturí eléctrico para que sus pacientes gocen de una larga vida, se casen,
tengan éxito en los negocios, les toque la lotería, recuperen la salud o sean unos
Einsteins. Si fuera tan fácil, yo me haría un surquito en la línea del valor
para emprender esos proyectos eternamente postergados.
Ya no sé qué decirle para convencerla de lo equivocada que está. No
paro de repetirle que el secreto de la suerte está en la constancia. Una frase
que he sacado de la Red. Huelga decir que yo no creo en la quiromancia. Pero sí
que creo en las señales. Por ejemplo: últimamente encuentro saltamontes por
todas partes: en el cristal de la ventana, en el salpicadero del coche o en el
interior de mi zapato. He buscado en internet el significado de este insecto y
esto es lo que he encontrado: Cuando el
saltamontes se nos presenta se nos pide dar un salto de fe y saltar hacia
delante en un área específica de la vida sin temor.
De repente, todo ha cobrado
sentido. Un maullido prolongado y amargo me ha sacado de mi estado de lucidez:
Suicida lo ha vuelto a intentar.
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