27/10/16

Lucas y el gato siamés



En la casa de mi amigo Lucas hay dos cajones de pienso para gatos.

 Lo curioso, quiero decir, es que nunca ha tenido ningún gato. Es verdad, creo que fue hace un año cuando Carlos le pidió que le cuidase el suyo, un horrible siamés con un sarpullido de manchas pardas en el lomo. Pero los cajones para gatos ya estaban ahí entonces. Recuerdo que en aquella ocasión salí de mi casa como siempre, un viernes por la noche, para ir a visitarle. De camino me crucé con un compañero de clase al que de todas formas no saludé. Dos manzanas antes de llegar compro un par de litronas Steinburg por 3 pavos 20. Habrá que apañarse. Por fin, una vez llego, sale al rellano a recibirme el asqueroso gato, clavándome ese par de ojos flácidos como dos huevos rotos. Esta noche la casa se respira un olor denso y cálido, media docena de personas se hacinan en el salón con toda suerte de instrumentos improvisados. Un cubo para el tam-tam de la selva, dos paquetes de garbanzos como quien toca las maracas en el Boatete. Han cerrado las ventanas para que no se queje la vieja polaca de enfrente que tendrá lo menos siete millones de años y seguramente nos sobreviva a todos. En total somos 8 personas, a saber; Lucas, Carlos, la pareja de acólitos, un anónimo trio musical y yo mismo. Habría sido espantoso de no ser porque empezaron a interpretar esa canción tan buena sobre un viejo heroinómano a punto de morir. Y la tocaban jodidamente bien. Hasta que apareció el gato. Otra vez. 

Cuando el viejo volvía a la casa de sus padres, después del segundo estribillo, el gato se abalanzó sobre el mímico guitarrista. Éste, que no podía ir más ciego, se defendió con un manotazo que envió al gato a la otra punta de la habitación. Todos nos miramos en silencio. Carlos está en el baño y el gato ha salido escopetado por el pasillo. La cara de Lucas es un poema. “Que no pare la música”, grita Carlos al otro lado. Y de repente, sin ton ni son,  Lucas cae redondo al suelo en un ataque de risa histérica. Creo que los cajones de gato se los dejó una ex. “Puto gato, puto gato”, grita ahora con la cara roja. Ahora lo recuerdo, Lucas intentó envenenar a los gatos de su novia para demostrar no sé qué teoría cuántica de los átomos. Por suerte ella lo descubrió antes. Puto Lucas, el muy sádico.

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