No se porque lo hice, porque era lo mas
fácil quizás, al menos me contenté con pensar eso, aunque luego me
llevó a pasar un mal rato. Aquella mañana había quedad con Juan,
sí el de reformas Estebe, para llevarle unos papeles, ya sabes que
desde que “tuvieron” que prescindir de personal nos toca
ocuparnos de todo. Eran las 10 ya y el tipo aun no había abierto,
claro como no le van a salir esos números con el ritmo de trabajo
que lleva, y luego se queja; bueno el caso es que yo me dedicaba a
pasear de un lado a otro por delante de la cancela mientras me fumaba
un para de pitillos y daba varias veces zapatazos al suelo, pues aun
tenía frió. Parecía que los minutos no pasasen.
Escuche unos paso fuertes y agudos como
de un taconeo por mi derecha, me giré y vi que provenían de una
mujer que iba bastante arreglada, ya sabes una de esas que van igual
vestidas un lunes por la mañana que un domingo por la tarde, des
pidiendo olor a maraca y a nuevo por cada poro de su cuerpo. No
estaba mal la chica, además tuve tiempo de observarla, como hubiese
hecho con cualquiera que pasas por allí en ese momento solo por
entretenerme y no volver a sacar el móvil para mirar la hora que la
obsesión retrasaba; era una morena de pelo largo y alta, más aun
por los taconazos de sus botas , y que, como era de esperar,
arrastraba una expresión de indiferencia en su rostro erguido que
parecía no caberle allí. Ella por suerte no se fijo en mi, se
acercó al carril bus y al poco pudo parar un taxi en el que subió
con un revuelo de su poncho de baby-alpaca o lo que fuera; ya me
había parecido distinguir algo caer, pero hasta que no se cerro la
puerta no vi el brillo en el suelo y para cuando tenía la pulsera en
la mano el coche ya había pasado la manzana, estuve indeciso durante
unos instantes, parecía buena, pero no demasiado, así que no le di
más vueltas y la guarde en la cartera olvidándome el resto de la
mañana.
Dos días después , tras haber
encontrado una cajita adecuada, se lo regalé a Ana. Al principio se
preocupó más por el precio que cualquier otra cosa, pero luego al
probárselo me lo agradeció radiante y algo azorada, como una niña
el día de su cumpleaños; yo traté de quitarle importancia cuanto
pude pues su ilusión me hizo sentir incómodo. Todo marcho bien
hasta dos semanas más tarde.
El viernes por la noche habíamos
quedado en una cita de parejas con una amiga suya y el novio de esta,
a la que tuve que acceder tras mucho quejarme pues nunca he podido
aguantar juntarme por obligación y fingir interés por alguien con
quien no se me a perdido nada. ¿A que no adivinas quién era la
amiga? No, no era la de la pulsera, eso hubiese sido demasiada
casualidad, era una enfermera bajita y risueña, pero resultó que
después de saludarles y sentarnos en la mesa en la que nos esperaban
allí estaba, justo enfrente. No puedes imaginar el pánico que me
entró cuando la vi, una sensación fría me subió desde la barriga
hasta la parte superior de la garganta. Aunque sabía que no tenía
nada que temer, pues era una pulsera de un marca conocida que se
podía adquirir en miles de tiendas y ver mujeres llevándola
seguramente en casi cualquier parte del mundo, además de que ni me
vio por lo que no podría reconocerme, la conciencia de estos hechos
no pudo acabar con gran parte de mi nerviosismo que me llevaba a
mirar de reojo y a rachas el plateado objeto en la muñeca de Ana y
seguir su mano izquierda ya fuese cuando ajustaba el tenedor recto y
perpendicular al borde de la mesa o cuando cogía la servilleta.
Me puse a hablar como loco con el
amanerado de gafas de pasta y fular que tenía delante de yo que se
que cosas que se me ocurrían: lluvia ácida, datos curiosos de
animales exóticos; hilando temas sin el menor reparo. Cuando la
anterior dueña de la pulsera alzaba la vista yo me giraba hacia las
chicas y le preguntaba algo a la enfermera al tiempo que huía de la
mirada extrañada y de reproche de Ana que me gritaba con los ojos
que me comportase. Todo esto mientras me llenaba una vez tras otra la
copa de vino con tanta avidez que me manche mis mejores pantalones.
Insistí en que dejáramos el postre y
el café por no ir demasiado tarde al sitio de copas que enseguida se
llenaba, y cuando ya aliviado guardé el cambio que me tocaba y me
disponía a salir note un golpecito en el hombro, me giré dando un
respingo y más me sobresalte cuando vi las mismas facciones y el
mismo pelo liso de la otra mañana; estaba perdido.
-Perdona-dijo- se te ha caído-
agarraba una moneda de dos euros en una mano.
-Ah-balbuceé, o algo así, demasiado
rato mientras me la entregaba, luego soltando un corto “gracias”
salí rápido afuera donde me esperaban con las chaquetas puestas. No
se que cara debía llevar que Ana me preguntó preocupada:
-¿Estás bien?
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