27/10/16

La pulsera

No se porque lo hice, porque era lo mas fácil quizás, al menos me contenté con pensar eso, aunque luego me llevó a pasar un mal rato. Aquella mañana había quedad con Juan, sí el de reformas Estebe, para llevarle unos papeles, ya sabes que desde que “tuvieron” que prescindir de personal nos toca ocuparnos de todo. Eran las 10 ya y el tipo aun no había abierto, claro como no le van a salir esos números con el ritmo de trabajo que lleva, y luego se queja; bueno el caso es que yo me dedicaba a pasear de un lado a otro por delante de la cancela mientras me fumaba un para de pitillos y daba varias veces zapatazos al suelo, pues aun tenía frió. Parecía que los minutos no pasasen.
Escuche unos paso fuertes y agudos como de un taconeo por mi derecha, me giré y vi que provenían de una mujer que iba bastante arreglada, ya sabes una de esas que van igual vestidas un lunes por la mañana que un domingo por la tarde, des pidiendo olor a maraca y a nuevo por cada poro de su cuerpo. No estaba mal la chica, además tuve tiempo de observarla, como hubiese hecho con cualquiera que pasas por allí en ese momento solo por entretenerme y no volver a sacar el móvil para mirar la hora que la obsesión retrasaba; era una morena de pelo largo y alta, más aun por los taconazos de sus botas , y que, como era de esperar, arrastraba una expresión de indiferencia en su rostro erguido que parecía no caberle allí. Ella por suerte no se fijo en mi, se acercó al carril bus y al poco pudo parar un taxi en el que subió con un revuelo de su poncho de baby-alpaca o lo que fuera; ya me había parecido distinguir algo caer, pero hasta que no se cerro la puerta no vi el brillo en el suelo y para cuando tenía la pulsera en la mano el coche ya había pasado la manzana, estuve indeciso durante unos instantes, parecía buena, pero no demasiado, así que no le di más vueltas y la guarde en la cartera olvidándome el resto de la mañana.
Dos días después , tras haber encontrado una cajita adecuada, se lo regalé a Ana. Al principio se preocupó más por el precio que cualquier otra cosa, pero luego al probárselo me lo agradeció radiante y algo azorada, como una niña el día de su cumpleaños; yo traté de quitarle importancia cuanto pude pues su ilusión me hizo sentir incómodo. Todo marcho bien hasta dos semanas más tarde.
El viernes por la noche habíamos quedado en una cita de parejas con una amiga suya y el novio de esta, a la que tuve que acceder tras mucho quejarme pues nunca he podido aguantar juntarme por obligación y fingir interés por alguien con quien no se me a perdido nada. ¿A que no adivinas quién era la amiga? No, no era la de la pulsera, eso hubiese sido demasiada casualidad, era una enfermera bajita y risueña, pero resultó que después de saludarles y sentarnos en la mesa en la que nos esperaban allí estaba, justo enfrente. No puedes imaginar el pánico que me entró cuando la vi, una sensación fría me subió desde la barriga hasta la parte superior de la garganta. Aunque sabía que no tenía nada que temer, pues era una pulsera de un marca conocida que se podía adquirir en miles de tiendas y ver mujeres llevándola seguramente en casi cualquier parte del mundo, además de que ni me vio por lo que no podría reconocerme, la conciencia de estos hechos no pudo acabar con gran parte de mi nerviosismo que me llevaba a mirar de reojo y a rachas el plateado objeto en la muñeca de Ana y seguir su mano izquierda ya fuese cuando ajustaba el tenedor recto y perpendicular al borde de la mesa o cuando cogía la servilleta.
Me puse a hablar como loco con el amanerado de gafas de pasta y fular que tenía delante de yo que se que cosas que se me ocurrían: lluvia ácida, datos curiosos de animales exóticos; hilando temas sin el menor reparo. Cuando la anterior dueña de la pulsera alzaba la vista yo me giraba hacia las chicas y le preguntaba algo a la enfermera al tiempo que huía de la mirada extrañada y de reproche de Ana que me gritaba con los ojos que me comportase. Todo esto mientras me llenaba una vez tras otra la copa de vino con tanta avidez que me manche mis mejores pantalones.
Insistí en que dejáramos el postre y el café por no ir demasiado tarde al sitio de copas que enseguida se llenaba, y cuando ya aliviado guardé el cambio que me tocaba y me disponía a salir note un golpecito en el hombro, me giré dando un respingo y más me sobresalte cuando vi las mismas facciones y el mismo pelo liso de la otra mañana; estaba perdido.
-Perdona-dijo- se te ha caído- agarraba una moneda de dos euros en una mano.
-Ah-balbuceé, o algo así, demasiado rato mientras me la entregaba, luego soltando un corto “gracias” salí rápido afuera donde me esperaban con las chaquetas puestas. No se que cara debía llevar que Ana me preguntó preocupada:
-¿Estás bien?


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