Estimado Capitán:
Acudo a su barco en busca de
refugio, pues soy un huido de la justicia. He tenido que sufrir muchas calamidades antes de escapar de un pequeño pueblo de la Mancha donde fui condenado por plagiar “Luz de agosto” de William Faulkner. En mi defensa
he de señalar que los cargos son falsos. A pesar de que es cierta la influencia del americano en mi obra, el manuscrito que di a leer a las fuerzas vivas del lugar tenía modificada la posición
de hasta tres comas respecto al original, lo que, además de mejorar notablemente la novela, producía un
cambio tan sustancial en su esencia, que apenas se vislumbraba un exiguo lazo de unión entre ambas. Estoy seguro que algún vecino me denunció porque me quiere mal,
quien sabe si por mi condición de forastero o por las repetidas acusaciones que, sin ningún fundamento, se han vertido
sobre mi persona en relación con el robo
de unos melones. Espero que este pequeño incidente con la ley no le haga
concebir de mí una imagen que no se corresponde con la realidad. Soy ciertamente
un hombre sencillo, de carácter tranquilo. En mis anteriores singladuras por la
mar, apenas participé en dos o tres motines de pequeña importancia -insignificantes
diría yo-, pero magnificados en la prensa por la desgraciada coincidencia de
que todos los capitanes fueron pasados por la quilla. Por lo demás, soy de muy
buen conformar. Comeré con gusto cualquier plato que se me ofrezca. Para el
desayuno, por ejemplo, no le pediré más que lo que establece el convenio
colectivo de la piratería en su punto tercero, sección segunda : tostadas
francesas, un huevo escalfado y bollos de canela recién salidos del horno (esto se consiguió tras uno de los motines). En
cuanto a mis habilidades son de lo más variadas. Antes de la batalla puedo
vender un seguro de vida a los miembros de la tripulación, enseñar inglés al
loro que lleva al hombro o confeccionar elegantes vestidos de noche -con escote
palabra de honor- para los bailes de gala que se celebren en cubierta. También
soy capaz de tallar patas de palo imitación piel y fabricar ojos de cristal tan
extraordinarios, que de buen seguro desechará para siempre de su vestuario el
aparatoso parche de cuero. Sin nada más
que añadir, quedo a su entera disposición.
Suyo atentísimo, Philip Bustero
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