El pasado
verano fuimos a Croacia. Aunque no
teníamos claro qué destino escoger para nuestras vacaciones, Dubrovnik era uno
de nuestros favoritos.
A pesar de
haber elegido este lugar sin tener muy claro al principio dónde queríamos ir, mis hijas y yo preparamos el viaje
cuidadosamente. Con mucha antelación vimos unos vuelos “low cost” y fue
precisamente el precio y las fechas lo que nos decidió a comprarlos. Alquilamos
un bonito apartamento cuya ubicación fue estudiada con detenimiento, cerca de
alguna playa y próximo al centro de la ciudad.
Por otra
parte, nuestra labor de documentalistas fue muy activa durante ese tiempo ya
que buscamos guías en Internet, blogs de viajeros, recomendaciones de otras personas,
trazamos posibles recorridos y un sinfín
de tareas relacionadas. Leímos mucho acerca de la maravillosa costa croata y
sus bellas islas, el agua transparente y fría, la tranquilidad de navegar en un
mar calmo como el Adriático, y sobre todo, seleccionamos con mucha atención las
excursiones y actividades que nos ofrecía el lugar.
Por fin llegó
el día de partir desde Valencia, y en el último momento empezamos a repasar si llevábamos
todo lo necesario para un proyecto tan pensado y preparado. Era el momento, vámonos!!.
-Maya, llama a
un taxi por favor.
-Ya voy, viene
enseguida
- El taxi está
en la puerta
-Bien, bajemos
-Buenos días,
donde van?
-Al aeropuerto
-Me permiten
sus maletas?. Las pondremos detrás
- Si claro,
una dos y la tercera maleta?
- Maya: me la
he dejado olvidada en casa
-Cómo puede
ser que con la ilusión y trabajo que hemos puesto en este viaje te dejes ahora
la maleta?
-Todo acabó
entre las risas del taxista y la nuestra. Menos mal que nos hemos dado cuenta!
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