1/11/16

Anécdota

Lista para enfrentarme a una de esas incursiones por la burocracia, armada de toda la paciencia que se pueda, la mejor de las disposiciones y una amplia y cálida sonrisa, vestida de una mezcla de inocencia y cándida ignorancia, convencida de que con esas armas letales conquistaré al funcionario de turno y lograré un merecido trato y un feliz desenlace.

Con el pensamiento se crean las realidades, ¿cuál afirmación diré o repetiré en este momento que pueda ayudarme? ¿Las cosas fluyen con facilidad? ¿Las personas me tratan con amor y respeto? ¿Cada día y a cada momento aparecen personas maravillosas en mi vida? Siento que las frases se amontonan en mi cabeza, pero como globos de helio las veo marcharse, no puedo fijar ninguna, ninguna me parece con suficiente fuerza como para convencerme del éxito de mi misión.

Sigo allí, sentada, elaborando estrategias mentales para afrontar la situación, que si tengo cita, me pregunta el guardia de seguridad, deme su identificación, tome su número y espere allí hasta que le llamen….¿preferiré que sea un hombre o una mujer?

Las mujeres se muestran más comprensivas, los hombres sólo a veces y enseguida pienso que no se trata del género, va  más asociado al estado de ánimo, a si han almorzado suficiente, a si todo ha ido bien con sus hijos ese día. ¿El color favorece el estado de ánimo? ¿Cuál será mejor rosa tal vez,  o amarillo? ¿Pero qué estoy pensando? No soy yo la que decido quien me atenderá, mejor me enfoco en mí, en qué puedo hacer yo para que las cosas vayan bien, paso lista de nuevo a mi sonrisa, mi actitud de humildad, y mi buen ánimo, ¿bastará con eso?, pienso temerosa de tener que volver por el mismo motivo…no es la primera vez que me pasa, tener que regresar para que me atienda otra persona porque una completa falta de sensibilidad a los problemas del otro y un trato irrespetuoso y abusivo incrementa mis sentimientos repulsivos poco a poco hacia el funcionario de turno y hace que se acabe intempestivamente mi visita a alguna dependencia gubernamental.

Pero estoy decidida a que esta vez no sea igual, quiero ser yo la que maneje la situación, la que lleve el hilo conductor aunque tenga que disfrazarme de poco informada, de desconocedora de datos y fechas que con certeza tengo documentados, y allí estoy sin darme cuenta sentada frente a quien me hace preguntas inquisidoras a pesar de mi sonrisa y mis modales educados: ¿qué quiere?, me increpa…comienzo a explicarle algo que parece no entender, su cara contraída y contrariada me intimida, me pone nerviosa, por unos segundos me desoriento y hasta dudo de lo que digo, llego a pensar que no sé expresarme (¿cómo, si hablamos el mismo idioma???)


Comienza todo a ponerse complicado, entre una ida y vuelta de frases sin comprensión que no llegan a su destino, por segundos entro en pánico y recuerdo la cantidad de veces que he tenido que volver a repetir lo mismo en la próxima cita con la esperanza de que otra persona me entienda y me ayude, y la frustración y el desánimo que he sentido. Estoy dispuesta a que no me pase ésta vez, busco en mis pensamientos algo que me ayude, qué será, qué decir a éste energúmeno que ablande su corazón y que pueda más que mi inmensa sonrisa…..en ese momento bajo la vista y al cruzar las piernas veo que algo brilla y suena, dentro de mi bolso aparece mi estrella de la buena suerte, mi salvación: ofrezco amablemente al funcionario diciéndole “le he traído una galleta para cuando almuerce”, finalmente puedo ver una mueca en su boca que deja intuir algún agrado por el dulce. Ya lo tengo, ya es mío, a partir de allí todo fluye con facilidad y salgo de allí satisfecha y segura que mi próxima visita serán dos galletas las que traiga.

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