EL
CUADRO
Señorita,
vamos a cerrar, ya es la hora.
Elia
Martinelli, estudiante de periodismo, se hacía la remolona. Desde hacía una
semana, acudía al Prado para ver la colección del pintor londinense Thomas
Coleman. Entre todos sus cuadros había uno que ejercía sobre ella una gran
atracción.
Las
dimensiones eran de unos 65 X 54cms. El fondo negro azabache, contrastaba con
el marco rojo intenso, y, todo confluía, en resaltar el dibujo: los mismos ojos
esparcidos por el cuadro. Esclerótica de un blanco vivo, pupila azul claro y
los rasgos marcados con maestría
con un pincel fino. Era de tal realismo
que uno sentía la tentación de tocarlos para comprobar que solo se trataba de pintura.
Al
día siguiente, fue con su amiga Eva y se colocó delante del cuadro.
—Ves, te coloques en la posición que sea, la
mirada de sus ojos siempre te siguen.
—¡Y qué mirada!—dijo la amiga—. No sé cómo
explicarlo, ¿Escrutadora?
—Yo la encuentro enigmática, como que sabe
algo que los demás ignoramos—suspiró Elia—. Me gustaría conocer al autor y
hacerle algunas preguntas al respecto.
—Pues va a tener suerte,—dijo el conserje
detrás de ella—. Mañana viene Mr. Coleman para ver cómo va su exposición en
Madrid. Dentro de un par de semanas volverán a embalarlo todo, y se la llevarán
a París.
Elia
le dio las gracias a Braulio, el conserje. Este le sonrió. Había surgido una
corriente de simpatía entre ellos, pese haberla echado varias veces del museo.
—Ja, ja, ja…menos mal que no vive Leonardo
Da Vinci, sino querrías preguntarle personalmente el porqué de la sonrisa de la
Gioconda, —palmeo divertida Eva—. No cabe duda que tu vocación frustrada es la
de “Bellas Artes”.— Elia adoptó una falsa postura de enfado.
A
las diez de la mañana estaba sentada frente al cuadro cuando una voz la
sobresaltó. Se trataba de un hombre alto, elegante de unos cuarenta y cinco
años.
—Disculpe ,me han dicho que viene todos los
días a ver mi cuadro.
La
estudiante aturdida movió nerviosa su melena pelirroja y un rubor repentino acentuó
las pecas de sus mejillas.
—¡Oh,
Mr. Coleman! Encantada de conocerle. Admiro su obra y esta especialmente. Me
llama la atención la mirada tan expresiva y misteriosa que tiene la modelo. Sus
ojos glaucos fijan con insistencia la mirada en algo. No sé…
—Señorita…
—Elia Martinelli
—¿Italiana?
—No, no, española y de padre italiano.
—¡Ah!, siento no poder complacerla. Pero
puede acceder a internet o a revistas especializadas…, allí encontrará las
opiniones de los críticos de arte sobre el cuadro, y aceptar la que crea más
conveniente.
—Elia estaba confusa—. Pero, pero…es que yo
pensaba…
—Thomas Coleman la miró serio a los ojos y
le dijo: Este cuadro pertenece estrictamente a mi intimidad, saberlo supone
pagar un alto precio.
—No tengo dinero para pagarle Mr. Coleman.
—No me refería a esa clase de
transacción—sonrió el pintor—. Y por supuesto, no está en venta.
—Mr. Coleman estoy dispuesta a todo, esos
ojos me intrigan demasiado.
—¿Hasta el punto de perder la vida, Srta.
Martinelli?
—Sí.—Elia pensó «Qué bromista es ».
—Of course, miss Martinelli. Esta es mi
dirección en Madrid. Venga mañana a las cinco de la tarde, sea puntual. Ah, no
diga nada a nadie de su visita; ya sabe, hay que evitar ciertos medios de comunicación,
¿entiende? En mi ático podrá preguntarme todo lo que quiera referente al
cuadro—se aproximó a su oído—, y sabrá mi secreto.
—Pero el cuadro…
—No se preocupe, el cuadro estará presente.
Ah, procure que tampoco la vea el portero, no quiero chismes ni habladurías; he
de cuidar mi imagen.
Elia
salió del museo satisfecha. Ya en el autobús recordó haber leído algo sobre el
pintor, como que no le gustaban los hoteles y que era algo excéntrico.
Diez
minutos antes de las cinco de la tarde, se encontraba frente a una fachada
lujosa de estilo modernista, esperaba con paciencia darle esquinazo al portero
de la finca. Una vez dentro, notó acelerado el pulso.
Le
abrió la puerta el pintor y la condujo a una sala en la cual se hallaba el
cuadro apoyado en un caballete, próximo a la pared, flanqueado por dos
cornucopias con las velas encendidas. Ella tembló sin saber por qué, pero había
ido para averiguar el magnetismo que producía el cuadro.
—¿Quién es la modelo de esos ojos?
—Se llamaba Eleanor Campbell, mi esposa.
—¡Ah! Ahora comprendo que haya plasmado tan
bien las expresiones que muestran sus ojos. ¡La conocía muy bien!
—Se equivoca. No la conocía en absoluto, sin
embargo, estaba loco por ella. Solo estuvimos casados un año. ¿Qué más desea
saber?
—Entiendo que ha utilizado estos colores
para resaltar lo más importante: sus ojos. Pero ¿por qué los ha multiplicado
por todo el lienzo, dejando poco espacio entre ellos?
—Porque me obsesionan, me persiguen, me…
Elia
sin dejarle terminar se acercó más al cuadro y preguntó más bien para ella
misma.
—Esa expresión es…
—¿De venganza? ¿Burla? ¿Ironía? Sí, y también de acusación. Fíjese en las pinceladas del interior
del ojo y el contorno exterior; traslucen todo eso menos amor, ¿lo ve usted?
—Elia estaba cada vez más confundida. Se daba cuenta de que ya no hablaba de una clase
magistral hacia una profana. Sentía frío«¿ De qué le acusaba? »
—Coleman prosiguió—. Eleanor se casó conmigo
por compromiso. Tenía un amante. Cuando lo supe enloquecí y una noche la
estrangulé. Observé sus ojos, es la misma mirada que me acompañará siempre.
—¿Y ha salido indemne de este asesinato?
—Como puede observar, así es. Mi coartada,
no estaba allí en el momento del crimen. Pero vivo condenado por sus ojos, ya
ve, una prisión muy original: sus ojos son prisión y carcelero al mismo tiempo.
En cuanto a usted, no puedo dejarla salir, lo entiende, ¿verdad? Además, un
trato es un trato.
Elia
continuaba horrorizada. sintió las manos alrededor de su cuello. De pronto él
la soltó.
—¡No me mire así! ¡No me mire así! ¡Váyase!
Elia
salió corriendo sin mirar atrás. Iba por las calles como una autómata.
NOTICIA
DE ÚLTIMA HORA
El
genial pintor, Thomas Coleman, ha fallecido esta tarde en el incendio propagado
en su ático de Madrid; y con él, también ha perecido su obra fetiche.
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