23/1/17

Universo femenino minado


Dirigido a una mujer anónima que participará en una batalla
Imagina que eres una mujer y que te han lanzado a otro planeta, a otro universo. Tienes 17 años. Calzas unas botas tres tallas más grandes; llevas calzoncillos; y vistes pantalón y chaqueta de hombre. Te han cortado las trenzas. Vas harapienta, porque avanzas arrastrándote de rodillas, y encima tienes que cargar con el herido y su arma. Esas son las órdenes. Te echas sobre la espalda ochenta kilos varias veces al día, pero tu cuerpo bajo el uniforme es el de una bailarina de escasos cincuenta kilos. Tu organismo ha cambiado hasta tal punto que has dejado de ser una mujer. Ya no tienes menstruaciones.
Has aprendido un nuevo lenguaje: Acimut: quince, cero, cero. Ángulo de elevación: diez, cero. ¡Espoleta: ciento veinte; tiempo, diez!
Te conviertes en francotiradora, enfermera, piloto, conductora, cirujana, lavandera, cocinera, jefa de transmisiones, zapadora, guerrillera… En este planeta solo se requieren oficios útiles.
Alzas la vista, miras a tu alrededor: predomina el color de la tierra. El paisaje es monótono: todos tumbados entre el trigo tierno mirando al cielo… La muerte no se les nota todavía. Los muertos yacen uno junto al otro, como las traviesas de una línea de ferrocarril. Huele a hombre, sangre, yodo y cloroformo. Huele a cadáver. Todo cruje, todo retumba, todo se tambalea… No dejas de oír gritos, disparos, gemidos y ese crujido… el de los huesos que se rompen.
Combatir se ha convertido en tu deseo natural. Hace tiempo que aprendiste que solo se puede disparar desde el odio. Deseas que te manden a la primera línea para ver el rostro de tu enemigo. Cara a cara. Ves en los ojos de los demás algo animal. Dejas de ser humana. Deduces que todos sois mitad humanos mitad animales. Esta mutación te permite sobrevivir.
Que pase lo que tenga que pasar, piensas, pero en el fondo deseas que una granada no te haga pedazos. Tú sabes lo que es eso. Recogiste muchas veces esos pedazos.  Tu sueño es sobrevivir hasta cumplir los dieciocho años.
Tienes tres deseos: primero, dejarte de arrastrar por el suelo, ir en trolebús; segundo, comprarte una barra de pan blanco y comértela entera; tercero, dormir hasta no poder más en una cama con sábanas blancas.
Odias el rojo. Decides que en tu futura casa, si sobrevives, no habrá nada de este color.
A tus hijos y a tus nietos, si los tienes, les contarás que con diecinueve años te entregaron la Medalla al Valor; que con diecinueve años se te quedó el pelo blanco; que con diecinueve años una bala te atravesó ambos pulmones.
Ahora ya eres vieja. La muerte te vuelve a rondar. ¿Cuándo ha sufrido un infarto? Te preguntan. ¿Qué infarto? Respondes. Tiene el corazón lleno de cicatrices, te aclaran.
Hace décadas que saliste de aquel planeta y todo te parece corriente… excepto tu memoria.
 
Nota aclaratoria:
Durante la Segunda Guerra Mundial más de un millón de mujeres se alistaron en el ejército soviético para luchar contra el nazismo y defender su Patria. Se negaron a doblegarse ante el enemigo. Se levantaron en pie de guerra junto a los hombres, dispararon, pusieron minas, bombardearon, en definitiva, mataron… Las que no cayeron en combate pudieron relatar su guerra. El libro La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Alexievich recoge sus testimonios. Unas voces que la escritora convierte en literatura y arte, y que son objeto de una apropiación para armar el relato Universo femenino minado.

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