Pesol
Hizo descender la esfera negra hasta tocar las puntas de las
hierbas doradas por el sol. Activó el modo blando para escuchar el cascabeleo
de las espigas maduras mecidas por el viento. Una suave brisa que venía del
norte. Quería disfrutar del untuoso olor que le llegaba a través de la membrana
del vehículo. El aroma a madera curada de aquellas bayas rojas era muy
apreciado en la ciudad.
Apoyó la cabeza en el asiento. La pradera acababa allí justo.
De repente las plantas desaparecían dejando desnudo el suelo pedregoso. Una
franja blanquecina que después de un centenar de metros se hundía bajo una
lámina oscura de agua inmóvil. Aquél lago marcaba el límite norte de lo
habitable. Al otro lado se divisaba una corta pendiente de hierbas parduzcas y
vigorosas. Se elevaba con rapidez hasta chocar con un rocoso muro negro y
compacto tapizado de grandes manchas amarillas brillantes. Caían por el
numerosos hilos de agua transparente. Hasta la esfera llegaba el gorgoteo
lejano. Más allá, en lo alto, kilómetros y kilómetros de desierto helado.
Allí estaba la respuesta a las preguntas que le habían
traído hasta aquí. Las preguntas a las que había decido dedicar su último mes
de vida. Su primer mes de libre albedrío. Bastaría elevarse unos metros,
sobrevolar el lago y adentrarse en el blanco desconocido. Quizá en el tiempo
que la esfera y su cuerpo tardarían en dejar de funcionar pudiera alcanzar la
zona ignota. Nadie sabía con certeza como de venenoso era el aire limpio allá
adentro. Se desconocía qué había más allá de aquella pared de piedra.
No tuvo tiempo de pensar nada más. Su cabeza volteó hacia
atrás bruscamente. Su cuerpo salió despedido hacia delante. El muro, la lámina
de agua se acercaron a toda velocidad hacia él. Un golpe, su cara aplastada
contra la esfera. El suelo de repente arriba. El cielo abajo. Una vuelta sobre
sí mismo. El seco impacto contra la esfera. De nuevo todo a su sitio para
volver a desordenarse. Sangre caliente en la boca. Una punzada en la nariz. El
impacto seco, vítreo contra el suelo. Un crujido. Un dolor intenso en la pierna
cada vez que era volteado. Rodar. La sensación de estar en el interior de un
estómago. Golpes y más golpes. Los brazos protegiendo la cara. Tarde. Otro
golpe contra la esfera. Un dolor infinito en el codo. El hombro a la altura de
la oreja. El otro brazo detrás de la nuca intentando mantener la barbilla
pegada al pecho. EL costado aplastado contra el suelo. Crujen las costillas. No
sentir la pierna. Líquido cayendo por la cara. Y por fin cesa el movimiento.
Tirado en un revoltijo de tela y pedazos de asiento miró
hacia arriba aturdido. Sentía calor en todo su cuerpo. Le ardía la pierna, la
cara, el codo, el costado,… Arriba el cielo brillaba acerado. La esfera
presentaba algún arañazo, nada serio pensó. Al contrario que se cuerpo. Intentó
moverse pero el dolor recorrió su cuerpo agitándolo, convulsionándolo. Permaneció
quieto. Con la mano se palpó la pierna. Notó el calor de la sangre. Apretó los
dientes. Tocó un trozo de hueso astillado saliendo de su carne. Cerró los ojos.
Trataba de pensar pero de repente se hizo la oscuridad. Y un
golpe tremendo sacudió a la esfera. Sus oídos iban a estallar. Su cuerpo se
levantó un palmo del suelo. Dolor, dolor. La esfera se deformaba hacia dentro
bajo el peso de una bestia. Un enorme animal de largo pelaje gris apoyado en
sus patas delanteras. Dos ojos verdes como la clorofila escondidos entre una
larga melena blanca. Un hocico húmedo y anguloso captaba su aroma a través de
la esfera blanda. Le oía aspirar su esencia. Un chorro de saliva se escapa de
entre sus fauces afiladas. Una uña tan grande como su cabeza tanteaba con
cuidado la firmeza del material. Un chirrido amortiguado. Tenía que activar el
modo duro o su mes de vida acaba allí. Eso no podía ser, tenía que llegar hasta
el final. Se incorporó ligeramente, el botón estaba a sus pies. Intentó mover
la pierna derecha pero esta no le respondió más que con una punzada de dolor. Sobre
su cabeza oyó un rasgado líquido. La punta de la uña penetró hasta quedarse a unos
milímetros de su cara. Se ladeó. Intentó tocar el botón con el otro pie. Casi
lo tenía. ¡No! No llegaba. El dentado agitó la zarpa enfurecido. Zarandeó la
esfera. Rugió. Era como si el cielo se acabara de abrir. Tenía que darse prisa.
Hacer algo. La bestia sacó la uña, levantó la zarpa en el aire irguiéndose
sobre la otra mano. Rugió. Estaba perdido. Quizá si,… tembló, gritó. La bestia
se dejó caer con todo su peso sobre la esfera. La garra lanzada como un
proyectil. Elevó el culo y con la pierna rota empujó a la otra.
El golpe de la bestia contra la carcasa extraendurecida
resonó como si hubieran chocado dos esferas azules. Aulló enfurecida. Hasta él
le llegó un ligero eco. Tumbado su pulso volvió a un ritmo normal. Se movió
hasta incorporarse de costado. Le dolía pero las costillas no parecían rotas.
La fiera seguía sobre la esfera. Arañando el exterior. Rugiendo. Se palpo la
cara. Sintió varios cortes, ninguno serio. Se tocó la nariz torcida. Con un
rápido movimiento la recolocó en su posición.
De repente la esfera empezó a pivotar sobre el suelo. El
dentado pretendía moverlo. Quería llevarle al agua. Accionó la palanca de
despegue pero la esfera permaneció muda, a merced de aquél animal enorme. Las
oscilaciones eran cada vez mayores. Volvió a darle a la palanca con idéntico
resultado. Ahora su cuerpo iba adelante y atrás dentro de la esfera. Volvía a
sentir el dolor. Movió la palanca arriba y abajo. Nada. Las rodillas casi le
tocaban la cara con cada movimiento.
Cesó el movimiento. A través de la esfera vio como algo
atraía la atención de su cazador. El bicho miraba hacia el Oeste. Se giró como
pudo dentro de la esfera y la vio. Su corazón se puso a latir como nunca antes.
El dentado pasó por su lado moviéndose a cámara lenta. Más allá. En medio de la
franja desnuda le retaba armada sólo con largo palo parecido al que usaban los
pastores.
La bestia se arrancó a la carrera rugiendo. Ella inmóvil. Su
corazón desbocado. La fiera cerca. Ella quieta. Salta el dentado con las garras
afilada hacia adelante.. Ella se arrodilla. La fiera Ruge en el aire con la
boca abierta los colmillos prestos a desgarrar Un rápido movimiento. El palo se
agita hacia adelante. Otro surca el aire en un zumbido. El dentado queda recto
en el aire. Fulminado. El palo sale por su espalda. Un fuerte golpe seco contra
el suelo. Agita las piernas. Ruge. Maúlla. Ella salta sobre el animal. Le clava
un cuchillo. Silencio. Se arrodilla junto al cuerpo mirando al suelo.
Levantó la cabeza y miró hacia la esfera. Sus miradas se
cruzaron. A una señal aparecieron más como ella. En nanosegundos se hicieron
con todo lo que podían aprovechar del dentado. Ella le miró una vez más antes
de desaparecer detrás de sus compañeros a través del lago, por el muro oscuro,
hacia el desierto helado.
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