9/3/17


Pesol

 

Hizo descender la esfera negra hasta tocar las puntas de las hierbas doradas por el sol. Activó el modo blando para escuchar el cascabeleo de las espigas maduras mecidas por el viento. Una suave brisa que venía del norte. Quería disfrutar del untuoso olor que le llegaba a través de la membrana del vehículo. El aroma a madera curada de aquellas bayas rojas era muy apreciado en la ciudad.

Apoyó la cabeza en el asiento. La pradera acababa allí justo. De repente las plantas desaparecían dejando desnudo el suelo pedregoso. Una franja blanquecina que después de un centenar de metros se hundía bajo una lámina oscura de agua inmóvil. Aquél lago marcaba el límite norte de lo habitable. Al otro lado se divisaba una corta pendiente de hierbas parduzcas y vigorosas. Se elevaba con rapidez hasta chocar con un rocoso muro negro y compacto tapizado de grandes manchas amarillas brillantes. Caían por el numerosos hilos de agua transparente. Hasta la esfera llegaba el gorgoteo lejano. Más allá, en lo alto, kilómetros y kilómetros de desierto helado.

Allí estaba la respuesta a las preguntas que le habían traído hasta aquí. Las preguntas a las que había decido dedicar su último mes de vida. Su primer mes de libre albedrío. Bastaría elevarse unos metros, sobrevolar el lago y adentrarse en el blanco desconocido. Quizá en el tiempo que la esfera y su cuerpo tardarían en dejar de funcionar pudiera alcanzar la zona ignota. Nadie sabía con certeza como de venenoso era el aire limpio allá adentro. Se desconocía qué había más allá de aquella pared de piedra.

No tuvo tiempo de pensar nada más. Su cabeza volteó hacia atrás bruscamente. Su cuerpo salió despedido hacia delante. El muro, la lámina de agua se acercaron a toda velocidad hacia él. Un golpe, su cara aplastada contra la esfera. El suelo de repente arriba. El cielo abajo. Una vuelta sobre sí mismo. El seco impacto contra la esfera. De nuevo todo a su sitio para volver a desordenarse. Sangre caliente en la boca. Una punzada en la nariz. El impacto seco, vítreo contra el suelo. Un crujido. Un dolor intenso en la pierna cada vez que era volteado. Rodar. La sensación de estar en el interior de un estómago. Golpes y más golpes. Los brazos protegiendo la cara. Tarde. Otro golpe contra la esfera. Un dolor infinito en el codo. El hombro a la altura de la oreja. El otro brazo detrás de la nuca intentando mantener la barbilla pegada al pecho. EL costado aplastado contra el suelo. Crujen las costillas. No sentir la pierna. Líquido cayendo por la cara. Y por fin cesa el movimiento.

Tirado en un revoltijo de tela y pedazos de asiento miró hacia arriba aturdido. Sentía calor en todo su cuerpo. Le ardía la pierna, la cara, el codo, el costado,… Arriba el cielo brillaba acerado. La esfera presentaba algún arañazo, nada serio pensó. Al contrario que se cuerpo. Intentó moverse pero el dolor recorrió su cuerpo agitándolo, convulsionándolo. Permaneció quieto. Con la mano se palpó la pierna. Notó el calor de la sangre. Apretó los dientes. Tocó un trozo de hueso astillado saliendo de su carne. Cerró los ojos.

Trataba de pensar pero de repente se hizo la oscuridad. Y un golpe tremendo sacudió a la esfera. Sus oídos iban a estallar. Su cuerpo se levantó un palmo del suelo. Dolor, dolor. La esfera se deformaba hacia dentro bajo el peso de una bestia. Un enorme animal de largo pelaje gris apoyado en sus patas delanteras. Dos ojos verdes como la clorofila escondidos entre una larga melena blanca. Un hocico húmedo y anguloso captaba su aroma a través de la esfera blanda. Le oía aspirar su esencia. Un chorro de saliva se escapa de entre sus fauces afiladas. Una uña tan grande como su cabeza tanteaba con cuidado la firmeza del material. Un chirrido amortiguado. Tenía que activar el modo duro o su mes de vida acaba allí. Eso no podía ser, tenía que llegar hasta el final. Se incorporó ligeramente, el botón estaba a sus pies. Intentó mover la pierna derecha pero esta no le respondió más que con una punzada de dolor. Sobre su cabeza oyó un rasgado líquido. La punta de la uña penetró hasta quedarse a unos milímetros de su cara. Se ladeó. Intentó tocar el botón con el otro pie. Casi lo tenía. ¡No! No llegaba. El dentado agitó la zarpa enfurecido. Zarandeó la esfera. Rugió. Era como si el cielo se acabara de abrir. Tenía que darse prisa. Hacer algo. La bestia sacó la uña, levantó la zarpa en el aire irguiéndose sobre la otra mano. Rugió. Estaba perdido. Quizá si,… tembló, gritó. La bestia se dejó caer con todo su peso sobre la esfera. La garra lanzada como un proyectil. Elevó el culo y con la pierna rota empujó a la otra.

El golpe de la bestia contra la carcasa extraendurecida resonó como si hubieran chocado dos esferas azules. Aulló enfurecida. Hasta él le llegó un ligero eco. Tumbado su pulso volvió a un ritmo normal. Se movió hasta incorporarse de costado. Le dolía pero las costillas no parecían rotas. La fiera seguía sobre la esfera. Arañando el exterior. Rugiendo. Se palpo la cara. Sintió varios cortes, ninguno serio. Se tocó la nariz torcida. Con un rápido movimiento la recolocó en su posición.

De repente la esfera empezó a pivotar sobre el suelo. El dentado pretendía moverlo. Quería llevarle al agua. Accionó la palanca de despegue pero la esfera permaneció muda, a merced de aquél animal enorme. Las oscilaciones eran cada vez mayores. Volvió a darle a la palanca con idéntico resultado. Ahora su cuerpo iba adelante y atrás dentro de la esfera. Volvía a sentir el dolor. Movió la palanca arriba y abajo. Nada. Las rodillas casi le tocaban la cara con cada movimiento.

Cesó el movimiento. A través de la esfera vio como algo atraía la atención de su cazador. El bicho miraba hacia el Oeste. Se giró como pudo dentro de la esfera y la vio. Su corazón se puso a latir como nunca antes. El dentado pasó por su lado moviéndose a cámara lenta. Más allá. En medio de la franja desnuda le retaba armada sólo con largo palo parecido al que usaban los pastores.

La bestia se arrancó a la carrera rugiendo. Ella inmóvil. Su corazón desbocado. La fiera cerca. Ella quieta. Salta el dentado con las garras afilada hacia adelante.. Ella se arrodilla. La fiera Ruge en el aire con la boca abierta los colmillos prestos a desgarrar Un rápido movimiento. El palo se agita hacia adelante. Otro surca el aire en un zumbido. El dentado queda recto en el aire. Fulminado. El palo sale por su espalda. Un fuerte golpe seco contra el suelo. Agita las piernas. Ruge. Maúlla. Ella salta sobre el animal. Le clava un cuchillo. Silencio. Se arrodilla junto al cuerpo mirando al suelo.

Levantó la cabeza y miró hacia la esfera. Sus miradas se cruzaron. A una señal aparecieron más como ella. En nanosegundos se hicieron con todo lo que podían aprovechar del dentado. Ella le miró una vez más antes de desaparecer detrás de sus compañeros a través del lago, por el muro oscuro, hacia el desierto helado.

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