Instrucciones para quitarse
un sapo de la cabeza
De las cosas absurdas que pueden pasarte en la vida, que te
salga un sapo en la cabeza es de las peores. Hay gente a la que les sale un
árbol, o una estrella. Incluso hay a quién amanece con un enano sentado en su
coronilla. Pero nada como levantarse una mañana con un sapo en la cabeza. Los
que nunca hayan sufrido esta situación les costará creer que pueda darse, más
llegar tan siquiera a imaginar lo que supone vivir con un anfibio barrigón y
viscoso en la cabeza. Oyendo noche y día su croar cavernoso. Soportando sus
guantazos palmípedos cada dos por tres. A esos les diría que no sigan leyendo
este breve manual de superviviencia. Pues eso es lo que este escrito es.
A los que lo sufren, porque raro es que alguien lo haya dejado
de sufrir. Una vez aparece el sapo en lo alto de tu cocorota es muy difícil que
se vaya. Resulta prácticamente imposible deshacerse de él. Desengáñate, ni
insecticidas ni medios mecánicos sirven. Hay quién se acostumbra. Se hace a
vivir con el bicho ahí arriba. A sentir la presión de su barriga que se hincha
y se deshincha. Al fétido olor a ciénaga que emana de su piel membranosa. No
tengo problemas con los mosquitos, ya no me molestan las moscas, dicen
resignados. Pero a lo que nunca se acostumbra uno es a las miradas de asco. A
los ojos furtivos que miran a lo alto de tu cabeza.
Con el tiempo se amolda uno a doblar las rodillas al atravesar las puertas.
Se acomoda a conducir encorvado hacia delante. A comer vigilante para evitar
que de repente una lengua viscosa aparezca de la nada y te robe la comida.
Asume que si vas al teatro o al cine, tendrás que sentarte en la
última fila. Ves haciéndote a la idea, tienes que convertirte en un noctámbulo.
El batracio es animal de noche y no va a cambiar por mucho que se lo pidas.
Punto y aparte merece tu vida sexual. No obviaremos como se
ve reducida a un onanismo rabioso y culpable. Al fin y al cabo ¿quién quiere acostarse con
un tipo con un sapo en la cabeza? ¿quién quiere echar un polvo al ritmo de sus
croares? ¿a quién se le puede poner tiesa observado por esos ojos saltones?
Peor aún es cuando llega el momento del apareo. Uno espera
que el anfibio salga corriendo presa de sus más salvajes instintos. Pero ni por
esas. Sin saber cómo ni porqué te encuentras orillado a una charca o acequia,
sentado en una piedra mientras el bicho convierte tu cabeza en un lupanar.
Pues bien, todo eso tiene solución. Sí. Lo que hay que hacer
es bien sencillo. Basta con situarse delante de un espejo y preguntarle al sapo
¿Qué coño hace un hombre pegado a tus pelotas?
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