Resulta algo absurdo redactar estas instrucciones cuando
hace años que apenas lees la prensa, y pasó el tiempo en que era uno de tus hábitos
más arraigados. Pero aunque retroactivas tal vez puedan serte útiles.
La prensa de papel ha muerto. Y la apariencia de vida que
mantiene la hace muy diferente de aquella prensa de calidad que conociste, ese Le Monde de los años 70, esos
florecientes periódicos españoles de primeros de los 90 que comprabas a manojos.
Todo aquello pasó…
Por fortuna, porque sólo tarde has comprendido que el efecto
de esa prensa seria, de información apenas sesgada por la opinión, te daba la
sensación de comprender e, incluso, de dominar el mundo. Nada más falaz. La
minuciosa información sobre las elecciones en Finlandia, la crisis del gobierno
australiano o la subida del precio del cobre en el mercado de materias primas,
además de preocuparte apenas, te hacía creer que esos eran los problemas del
mundo y que tu comprensión de los mismos contribuía a su solución.
Aún queda gente, alienada como estabas tú entonces, que cree
que su conciencia de los problemas actuales, tal vez más agudos y próximos a
sus vidas, ayuda a resolverlos. El drama de los refugiados, por ejemplo, o la
violencia de género. Pero, con tu experiencia, sospechas que la información,
aunque fuera correcta, contribuye tan poco a resolver esos problemas como tus
sesudas lecturas de antaño contribuían a subir (o bajar) los precios del cobre.
Por lo demás, si la prensa fuera, en el mejor de los casos,
una especie de espejo stendhaliano, sería preciso leerla con alguna distancia, para
que el aliento de sus prejuicios no empañara tu lectura, y la imagen que recibieras
del mundo no se distorsionara aún más.
Pero no es el caso, porque, como recordarás, coincidiendo
con el nuevo siglo, la deriva de la prensa hacia la propaganda, de la
información a la opinión cada vez más sesgada, de la seriedad al
sensacionalismo, ha privado a la prensa escrita de su interés. Es una especie
de triunfo póstumo del método burdo de Goebbels,
de imponer por la repetición cualquier mentira, que se reitera ahora, quizá con
algo más de sutileza.
No sé cuándo advertiste –debió ser pronto– que los
periodistas siempre empiezan las cosas por los pies, que ellos llaman
“titulares”. El caso típico son esas noticias que anuncian la muerte de alguien
que no sabías siquiera que existía. Pero hoy los titulares son los pies y la
cabeza de artículos vacíos de contenido, o cuyo contenido apenas coincide con
lo enunciado en su cabecera.
Luego están los silencios clamorosos, los que dan por
inexistentes asuntos embarazosos o personas odiadas. Para obviar el clamor de
los silencios, la prensa más reciente multiplica los gritos, pero utiliza el
método del cuco, esto es, enfoca la atención a un lugar distinto del que quiere
que pase desapercibido.
Contra el silencio nada se puede, pero aprendiste a leer
entre líneas, a entresacar verdades de
comunicados y editoriales sembrados de
mentiras o falacias, a descifrar las claves de una información llena de
circunloquios y eufemismos. Contra la algarabía vocinglera de la prensa
escandalosa, ya lo habrás comprobado, sólo cabe dejar el periódico.
En fin, ya habrás caído en la cuenta, a estas alturas, que
la prensa no pasa de ser un género de ficción, menos imaginativo que otros, más
dependiente de lo que llamamos “realidad”, pero sometido también a la voluntad
de sus autores, que no siempre son los que firman o redactan sus “noticias”, que
omiten lo que quieren y resaltan lo que les interesa. Y que debes leerla con la
misma actitud crítica con que juzgas cualquier novela.
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