28/10/16

Anécdota. El billete de tren



Todo el mundo en el tren andaba alborotado. Se miraban unos a otros perplejos. En los vagones los hombros subían y bajaban dando la impresión de un mar repleto de cabezas bolla. Por las ventanillas el mundo pasaba ajeno a la confusión. Campos amarillentos y casas blancas se difuminaban con aparente normalidad. Los árboles desnudos exhibían sus muñones en las estaciones vacías. Hacia poniente las montañas blanquecinas permanecían en su lugar como estrellas lejanas. En el levante amanecía el día sobre un mar tranquilo, pero… ¿qué día?

Yo andaba arriba y abajo por el pasillo cosechando las miradas hostiles y furtivas de los viajeros más osados. El resto o me miraba reflejado en los cristales o lanzaba sus ojos al suelo evitando cruzarse con los míos. Llegaba hasta la cafetería casi en la cola del tren, pedía un café, me lo tomaba a sorbitos ojeando un periódico, hacía intento de pagar, no me cobraban. Llegaba hasta la locomotora, llamaba, me dejaban entrar y ver la vía desaparecer debajo de nuestros pies hasta que me asaltaba un ligero mareo. Volvía entonces a cruzar el tren hacia la cafetería.

Un señor venció el peso de su corbata levantándose para interceptarme con cara de pocos amigos. Pero una mano amiga le asió desde el asiento contiguo devolviéndole a tiempo a su sitio. Estás loco alcancé a oír que le interrogaba.
Barcelona se acercaba rauda al encuentro del tren ¿Qué día sería allí? El desconcierto inicial había dado lugar al nerviosismo. Recuperada la cobertura las llamadas no hicieron sino confirmar la absurda novedad. Sí, hoy era 24 de septiembre ¿y qué? No iba a consentir que un maldito error en la fecha de mi billete me estropeara el día.

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