Anécdotas, aventuras, providencias.
Como añoro esa vida (suspiro). No es que la vida en pareja esté carente, pero
de sobra es conocido, y cito la gran obra de un reconocido personaje “no iba a salir y me lié”, que la libertad te
da más posibilidades de un buen argumento para este ejercicio. Por ello vamos
allá.
Reproche 1:
- Ya es la tercera vez. Siempre
bajas a tirar la basura y no pones bolsa nueva.
- Es que tengo la costumbre…
- Excusas – interrumpió mi pareja
-. No se la de veces que te lo he recordar. Coges la basura, te vas y la bolsa
sin poner. Es que. ¡Por favor! – aumento de tono decrescendo a llegar a la
desgana.
Pues ahí estaba, tenía razón. No
poner la bolsa de basura, por segunda o tercera vez. Pues ciertamente antes de
mi vida en pareja llevaba así como diez años viviendo sólo y cuando tiras la
basura, una es porque huele o dos se está desbordando del cubo. A esto añades
que no la tiras inmediatamente sino que dices:
Cuando me vaya la tirare
Entonces al cerrar la puerta,
obviamente con prisas porque eres soltero y siempre llegas tarde; lo recuerdas
porque el olor también sale contigo. Resultado, la bolsa se pone pues... al unísono que
cuando vas a tirarla. Cuando te acuerdas.
Reproche 2:
- Siempre hago yo el café. Todas
las mañanas - recalcando cada una de las palabras -. Te levantas, te sientas y ahí, que el café se haga sólo. Podías
hacerlo tú alguna vez.
Aquí si que no me justifico. Al
madrugar soy de ese tipo de personas que mira la pared con cara de mala leche y
espera que pase el tiempo hasta verme vestido o con una galleta en la mano.
- Es que – continuaba la canción
– hay cosas que siempre me toca hacerlas a mí. ¡Siempre! – crescendo ad libitum
-. Deberías ponerte en mi lugar y bla bla bla (tengo que admitir que aquí ya
cogí la galleta y desconecté)
Pues lejos de quedar aquí la cosa
mi pareja parece que reflexionó. No me pregunten por qué. En un arranque de la
mañana decidió tirar la basura. Sí, esa tarea que siempre había hecho yo. Quizá
porque quería descubrir tan curiosa experiencia o posiblemente porque esa
maldita voz que llamamos conciencia le dijo “oye, que hay cosas que tú nunca
haces.” Bueno, el motivo es lo de menos, el resultado es que se armó de valor
basura en una mano, botellas de plástico en la otra y con las llaves en la boca
salió de nuestro piso alquilado.
Me sorprendió ciertamente.
Entendí un algo, una verdad. Y aquí viene la moraleja de la anécdota. El
cambio, la vida en pareja, eso que impulsaba a mi chica a hacerme entender que
yo debía hacer el café por la mañana y muchas otras cosas. Que debía contribuir
a esta simbiosis. Es así, era yo. Mi preocupante modo de vida en la soltería
salpicaba mi futura convivencia en familia. Ella me lo demostró con esa imagen saliendo de casa.
Volvió con precipitación,
con rapidez. Me la encontré en la puerta de la cocina cuando yo salía con un
tentempié (comiendo chocolate). La vi antes a ella que el sonido al cerrar la puerta. Nuestras caras se juntaron
como una película de Woody Allen.
- ¿Dónde vas? – le pregunté con
sorpresa
- A la galería.
Me acerqué a su nunca para darle
un beso. Para agradecerle esa manera de hacerme entender lo que es la pareja, la familia. Entonces, súbitamente me paré en su oreja y le susurré:
“no te preocupes que ya he puesto
yo la bolsa de basura"
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