11/12/16

EL TESORO DE TUNDERBIRDS
Capítulo I
La  silueta recortada en la puerta de la cantina, descomunal, acentuada por el sol del mediodía, aceleró mi corazón al límite.
De esto hace cuatro años. Mi padre regentaba la cantina y fonda adyacente a la mina de Quinsam, en la isla de Vancouver. En mi diario dejo constancia de todo lo que sucedió por enigmático que pueda parecer.
Todo empezó el día en que aquel hombretón, después de su sorpresiva entrada, se acercara a la barra a grandes  zancadas.
Mientras hablaba con mi padre, tuve tiempo de hacerle una radiografía fotográfica. Todo en él era de grandes proporciones; ojos negros prominentes, nariz como el desfiladero de una colosal montaña, pómulos salientes, mentón audaz y las orejas, semejaban sendos pasadizos como los recovecos intrincados de una mina. El resto del cuerpo iba en consonancia. Su mirada inquisitiva decía: “no preguntes, solo contesta”. Portaba al hombro una bolsa con un broche de forma semicircular con giros en dos direcciones. El metal tenía un brillo espectacular.
Todos los presentes en su mayoría mineros, en su hora de descanso, dejaron sus cartas para observarle; en la mesa del fondo, Alex el minero jefe y su segundo, llamado Drop hicieron un gesto de asentimiento. El capitán Dailow se encontraba junto a la ventana conversando con el ingeniero Scott Sinclair, al verlo se levantó, estiró su chaqueta del uniforme y se acercó a él.
—¿Y usted es…?
—Benson Black, soy el nuevo capataz de la mina.
—Enséñeme la documentación que lo atestigue.
—Así que viene del norte del Reino Unido. ¿Tiene ya alojamiemto?
—Así es, señor capitán.
A continuación, se giró hacia mí, ¿Cómo te llamas muchacho? Tartamudeé, Johny, señor Benson. Me sonrió y, como si me conociera de toda la vida, me puso su brazo por mi hombro y me habló amigablemente.¿ Está lejos la posada? No, señor. Acompáñame. Mi padre asintió.
Al pasar junto al capitán me di cuenta que miraba a Benson Black con desconfianza, yo en cambio estaba encantado— un vez pasada la primera impresión—. Le mostré la mejor habitación, aunque por una razón que después diré. Me hizo algunas preguntas sobre la gente que trabajaba en la mina, si había llegado un tal Ruper, de baja estatura, un enano para ser exactos. ¿Qué hacía un destacamento militar aquí, en un sitio tan tranquilo? Yo encogí los hombros, solo le pude responder a la primera pregunta.
Al cabo de unos días de paseo y charlas con el señor Benson Black, en los cuales me instruía sobre los aparejos que necesitaba un minero y el quehacer en la mina, me propuso trabajar para él en la clandestinidad, sería sus ojos y oídos. La tarea del espionaje exacerbó mi curiosidad detectivesca, sobre todo a mis dieciséis años y además, apuntó, que tendría una buena recompensa. No desconfié de él, al contrario, pero había decidido observar cualquier comportamiento o  movimiento extraño que se produjese, incluido el capataz. Intuía que algo gordo se iba a fraguar y yo lo averiguaría.
Mi habitación estaba junto a la del señor Benson Black. Hacía un año que había  horadado, con un berbiquí, un agujero en la pared. Permanecía camuflado en una zona no detectable, eso me permitía observar el interior de la estancia colindante a la mía.
Siempre he tenido el sueño muy ligero, unos golpes suaves y un murmullo en la otra habitación, fueron la causa de que me despertara de improviso. Destapé el agujero, vi a Benson Black junto con Alex y Drop. Por mi cabeza desfilaron algunas preguntas, si se conocían ¿por qué en la cantina no dieron muestras de ello? ¿qué maquinaban los tres? observé, en la mesa se hallaba un objeto con forma pentagonal, lo miraban como algo muy valioso. Alex dijo: “Esta es la llave de nuestra fortuna”.” Sí, del tesoro que nos aguarda”- prosiguió Drop. “¡Callad!”- dijo con determinación el capataz. “Nos falta el mapa, no podemos dar pasos en falso, nos jugamos mucho”. Pero, pero tú te has ocupado del capataz, ¿no? – preguntó Alex. Por supuesto, rio Benson Black.
De verdad, yo no entendía nada, ¿el capataz no era él? Mi primera idea fue ir al encuentro del capitán Dailow y ponerle en antecedentes de lo ocurrido, pero por otra parte, constituía un reto para mí proseguir con esta aventura, me sentía como un Robin Hood o un Quijote, ya sabéis cosas de la edad, ahora me doy cuenta de que estuve al borde de estropearlo todo.

 



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