EL
TESORO DE TUNDERBIRDS
Capítulo
I
La silueta recortada en la puerta de la cantina,
descomunal, acentuada por el sol del mediodía, aceleró mi corazón al límite.
De
esto hace cuatro años. Mi padre regentaba la cantina y fonda adyacente a la
mina de Quinsam, en la isla de Vancouver. En mi diario dejo constancia de todo
lo que sucedió por enigmático que pueda parecer.
Todo
empezó el día en que aquel hombretón, después de su sorpresiva entrada, se acercara
a la barra a grandes zancadas.
Mientras
hablaba con mi padre, tuve tiempo de hacerle una radiografía fotográfica. Todo
en él era de grandes proporciones; ojos negros prominentes, nariz como el
desfiladero de una colosal montaña, pómulos salientes, mentón audaz y las
orejas, semejaban sendos pasadizos como los recovecos intrincados de una mina.
El resto del cuerpo iba en consonancia. Su mirada inquisitiva decía: “no
preguntes, solo contesta”. Portaba al hombro una bolsa con un broche de forma
semicircular con giros en dos direcciones. El metal tenía un brillo
espectacular.
Todos
los presentes en su mayoría mineros, en su hora de descanso, dejaron sus cartas
para observarle; en la mesa del fondo, Alex el minero jefe y su segundo,
llamado Drop hicieron un gesto de asentimiento. El capitán Dailow se encontraba
junto a la ventana conversando con el ingeniero Scott Sinclair, al verlo se
levantó, estiró su chaqueta del uniforme y se acercó a él.
—¿Y
usted es…?
—Benson
Black, soy el nuevo capataz de la mina.
—Enséñeme
la documentación que lo atestigue.
—Así
que viene del norte del Reino Unido. ¿Tiene ya alojamiemto?
—Así
es, señor capitán.
A
continuación, se giró hacia mí, ¿Cómo te llamas muchacho? Tartamudeé, Johny,
señor Benson. Me sonrió y, como si me conociera de toda la vida, me puso su
brazo por mi hombro y me habló amigablemente.¿ Está lejos la posada? No, señor.
Acompáñame. Mi padre asintió.
Al
pasar junto al capitán me di cuenta que miraba a Benson Black con desconfianza,
yo en cambio estaba encantado— un vez pasada la primera impresión—. Le mostré
la mejor habitación, aunque por una razón que después diré. Me hizo algunas
preguntas sobre la gente que trabajaba en la mina, si había llegado un tal
Ruper, de baja estatura, un enano para ser exactos. ¿Qué hacía un destacamento
militar aquí, en un sitio tan tranquilo? Yo encogí los hombros, solo le pude
responder a la primera pregunta.
Al
cabo de unos días de paseo y charlas con el señor Benson Black, en los cuales
me instruía sobre los aparejos que necesitaba un minero y el quehacer en la
mina, me propuso trabajar para él en la clandestinidad, sería sus ojos y oídos.
La tarea del espionaje exacerbó mi curiosidad detectivesca, sobre todo a mis
dieciséis años y además, apuntó, que tendría una buena recompensa. No desconfié
de él, al contrario, pero había decidido observar cualquier comportamiento
o movimiento extraño que se produjese,
incluido el capataz. Intuía que algo gordo se iba a fraguar y yo lo
averiguaría.
Mi
habitación estaba junto a la del señor Benson Black. Hacía un año que
había horadado, con un berbiquí, un
agujero en la pared. Permanecía camuflado en una zona no detectable, eso me
permitía observar el interior de la estancia colindante a la mía.
Siempre
he tenido el sueño muy ligero, unos golpes suaves y un murmullo en la otra
habitación, fueron la causa de que me despertara de improviso. Destapé el
agujero, vi a Benson Black junto con Alex y Drop. Por mi cabeza desfilaron
algunas preguntas, si se conocían ¿por qué en la cantina no dieron muestras de
ello? ¿qué maquinaban los tres? observé, en la mesa se hallaba un objeto con
forma pentagonal, lo miraban como algo muy valioso. Alex dijo: “Esta es la
llave de nuestra fortuna”.” Sí, del tesoro que nos aguarda”- prosiguió Drop. “¡Callad!”-
dijo con determinación el capataz. “Nos falta el mapa, no podemos dar pasos en
falso, nos jugamos mucho”. Pero, pero tú te has ocupado del capataz, ¿no? –
preguntó Alex. Por supuesto, rio Benson Black.
De
verdad, yo no entendía nada, ¿el capataz no era él? Mi primera idea fue ir al
encuentro del capitán Dailow y ponerle en antecedentes de lo ocurrido, pero por
otra parte, constituía un reto para mí proseguir con esta aventura, me sentía
como un Robin Hood o un Quijote, ya sabéis cosas de la edad, ahora me doy
cuenta de que estuve al borde de estropearlo todo.
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