La Cadenza, término italiano musical, referido a un pasaje
ornamental improvisado interpretado por un solista con estilo rítmico libre y a
menudo como exhibición virtuosística. En el grado superior de flauta travesera
era la prueba de fuego, que les servía a los profesores para etiquetarte como
músico del montón o instrumentista merecedor de absorber sus enriquecedoras
clases. El Concierto en Re Mayor de Mozart era el adecuado para estos fines.
Ensayaba y ensayaba esa obra. Podía tocarla de memoria y aún
así en dicha Cadenza el profesor ponía siempre las pegas. “haz tu propia Cadencia”
“No detecto ese virtuosismo” “Apenas se siente un cambio sustancial del ritmo.”
Muchas eran las críticas, pocas la soluciones y sólo una escasa conclusión. Copiar.
Si Rampal, en esos momentos era el mejor flautista, no me importaba parecerme a
él. Escuchaba una y otra vez una grabación suya e imitaba la extraordinaria
ejecución.
De mis pensamientos musicales me interrumpió el teléfono de
casa. Mi chica, mi novia, Violeta. Una encantadora y paciente chica que
entendía que me pegase media tarde dale que dale a la flauta en vez de quedar
con ella. Con ganas de escaparse de su casa me instó a venir a la mía. A
sabiendas de que este fin de semana mis padres me habían dejado sólo me convenció
de que acabase mi ensayo y ella vendría por sus medios. No era el plan, pero
acepté. La idea era acabar el ensayo en una hora, ir a buscarla y quedar con el
resto de amigos. Pero no era momento de pensar, sino de tocar y aprovechar la
escasa media hora que me quedaba.
El timbre del telefonillo sonó. Esperando su llegada en la
puerta de casa se me ocurrió una idea. Cierto es que Violeta me había visto
tocar en algunos conciertos pero quizás, aprovecharla de público exclusivo
podía ser una opción. Aunque sin conocimientos musicales seguramente alguna
conclusión sacaría.
Las primeras notas reflejaron mi nerviosismo. Es cierto que
había tocado delante de público pero esto era nuevo. Una persona y con vínculos
más que palpables. Levantar la mirada de la partitura y verla allí, a escasos
metros era un ejercicio más que complicado novedoso. Tras los primeros minutos,
algunos fallos y
una mente dispersa más en ella que en la partitura empecé a
mejorar. La olvidé y me centré en mi tarea, en la obra de Mozart. Mejoré y por
fin llegué a la fastidiosa Cadenza. Siguiendo el plan trazado imité la versión
de Jean Pierre Rampal.. El tema inicial se mostraba pero bajaba en ritmo
ascendiendo luego en escalas rápidas donde se mostraba agilidad con los dedos.
Luego notas largas, fuertes y redondas para continuar con pequeñas pizcas del
tema del siguiente movimiento. Con esa relajación del que le va bien el trabajo
alcé mi vista para ver la expresión de Violeta. Tenía los ojos cerrados y se
mordía levemente el labio inferior junto a una sonrisa. Rompí el esbozo de mi
plan y de mis dedos surgieron escalas, notas, paradas y variaciones de tiempo que no
planifiqué. Continué con el tema inicial desacelerado en una tonalidad menor.
Remarqué partes con tempos diferentes que recordaban a temas principales del
Concierto. Aceleré poco a poco y paré la melodía suscitando un foco de
atención. Para concluir cree en la
tonalidad madre una variación del tema con agilidad inusitada concluyendo con
la tónica de la escala más aguda, perfecta y cuadrada que jamás realicé.
Violeta abrió los ojos al escuchar esa última nota y
aplaudió levemente. Sin aspavientos, sin efusividad. Sólo con aquella cara de
sorpresa.
La flauta travesera quedó montada en el comedor el resto del
día junto al atril, y la partitura del Concierto de Mozart en Re Mayor. Hicimos
el amor toda la tarde. No acudimos a la cita con el resto de amigos. Sólo su
cara echada en la cama con los ojos cerrados y mordiéndose el labio.
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