MOSAICO
I.-EL EMPERADOR
Había
expectación en la sala cuando el presidente Charly Gul, tras hacerse esperar
una hora, compareció en la rueda de prensa.
Rodeado
por sus adláteres, sus rostros expresaban el júbilo por la reciente victoria.
Un esbozo de ovación surgido de la concurrencia fue acallado por el nuevo
presidente, que inició su declaración.
– Lo primero–dijo–agradecer la generosidad con
la que nos habéis tratado. Lo segundo,
agradecer a partidarios y simpatizantes su entusiasta trabajo, sin el cual no
estaríamos celebrando este triunfo. Y lo tercero, felicitarnos a nosotros
mismos y a toda la sociedad, porque a partir de hoy las cosas van a cambiar y
ya no será verdad eso que hemos repetido durante toda la campaña: que “las gentes
mueren y no son felices”. Porque con nosotros en el gobierno, no va a haber más
niños en situación de pobreza extrema, porque vamos a mejorar la sanidad hasta
extremos increíbles, y porque vamos a instaurar un estado de bienestar que hará
feliz a todo el mundo…
Una joven periodista aprovechó la primera
pausa para preguntar:
– ¿Puede
decirnos cómo va a conseguir que todo el mundo sea feliz?
El
líder máximo del movimiento Venceremos apenas se inmutó y su conocida labia
enhebró una fácil respuesta:
–Ya
hemos decidido crear un Ministerio del Bienestar, a cuya titular le podréis
preguntar los detalles. Pero adelanto una innovación, y es que en vez de
burócratas, va a tener un personal especializado en terapia social: animadores,
psicólogos, terapeutas… Pero, insisto, respecto a los detalles, la responsable
os contestará en pocos días.
–
Y en cuanto a la muerte –el que preguntaba ahora era un periodista veterano –
¿cómo piensa eliminarla?
– Nunca
prometí acabar con la muerte, sino con la infelicidad que la acompaña.
Acabaremos con las trabas tradicionales que impiden eliminar el dolor y
prolongan el sufrimiento innecesario. Acabaremos con la indignidad de la
muerte. Esto forma parte de nuestro proyecto de reforma sanitaria que pondremos
en marcha en breve…
II.- EL POETA
Miguel
se dejó caer en el asiento del Metro. Su cara reflejaba excitación y
satisfacción. Era su primer éxito profesional. Recordó cómo se contrajo su
estómago cuando le dijeron que el jefe le llamaba. Temía haber cometido algún
error. Pero era un encargo, hecho, además, en tonos elogiosos. Y nada menos que
para la Compañía General.
La
Compañía General era el cliente más importante de la Agencia de publicidad en
la que trabajaba desde hacía un año. Un conglomerado que había crecido mucho a
partir de una empresa química que fabricaba abonos para la agricultura. Como le
explicó el jefe, los abonos eran ahora sólo
una pequeña parte del negocio de la General, pero el presidente de ésta
mantenía su interés, quizá sentimental, por esa pequeña porción originaria de
su imperio actual. Y aunque los abonos aún se vendían bien, el cliente quería
ahora una campaña publicitaria de refuerzo, casi institucional, para que la
gente siguiera recordando el producto inicial de la compañía, el célebre Trimetano.
No
era una campaña utilitaria o técnica, para demostrar sus ventajas o su bajo
precio, sino casi una campaña sentimental, que
evocara en el público el recuerdo de un producto que llevaba casi
cuarenta años vendiéndose con idéntico nombre.
Lo
mejor es que el jefe había pensado en él, en lo que llamó “su sensibilidad”. Conocía
(por chismes de sus compañeros, sin duda) que tenía “veleidades poéticas” y
pensaba que era el hombre idóneo para realizar esa campaña. Específicamente, le
encomendó que forjara un eslogan, unos versitos fáciles de recordar que trajeran
a la mente colectiva el nombre del Trimetano.
Y
en eso estaba. Ya había pergeñado un par de versos, pero todavía no acababa de
cuajar el final. Algo así como:
Voy
a ser, sonriente, el hortelano
De la tierra que abono y estercolo…
El
tercer verso se le resistía. Decir “con el maravilloso trimetano” le parecía
vulgar ¿tal vez “con nuestro viejo amigo
trimetano”? Tampoco estaba claro.
Con
estas elucubraciones, cuando Miguel se fija, ve que se ha pasado de parada y se
levanta precipitadamente, pensando: bueno,
mientras ando hacia casa tal vez se me ocurra un final...
III.- EL DIABLO (o
No hable nunca con desconocidos)
–
Tu representación, Iván –decía Berlioz – del nacimiento de Jesús es justa, pero
la clave es que antes de Cristo hubo una serie de hijos de Dios, como el Adonis
fenicio o el Mitra persa, que, en resumen, ni nacieron ni existieron. Y Cristo,
por supuesto, tampoco.
Berlioz
interrumpió su discurso, porque el extranjero se había levantado y se dirigía
hacia ellos.
–Espero
que perdonen mi atrevimiento…–dijo el caballero con acento extranjero –pero el
tema de su docta conversación es tan interesante que…¿me permiten que me
siente?
Los
escritores le hicieron sitio.
–Si
no me equivoco, acaba de decir que Cristo no ha existido –dijo volviéndose
hacia Berlioz.
–No,
no se equivoca – respondió Berlioz.
– ¡Oh,
qué interesante! –exclamó el extranjero–
Y usted, ¿estaba de acuerdo?– se interesó el desconocido, volviéndose
hacia Iván
–
¡Al cien por cien! –asintió el poeta
– ¡Sorprendente!–
exclamó el entrometido, y añadió– Perdonarán mi insistencia, pero me parece
entender que, además, no creen en Dios.
–No,
no creemos en Dios –contestó Berlioz con una ligera sonrisa
El
extranjero preguntó, con voz entrecortada:
– ¿Quiere
usted decir que son ateos?
–
Pues sí, somos ateos –respondió Berlioz sonriente. – Pero aquí nadie se
sorprende de eso, la mayoría de la población ha dejado de creer en todas las
historias sobre Dios
–Pero
a mí –continuó el desconocido –me preocupa lo siguiente: Si Dios no existe,
¿quién mantiene entonces el orden en la tierra y dirige la vida humana?
–El
hombre mismo– dijo el poeta con irritación.
–Perdone
–dijo el desconocido suavemente–, pero para dirigir algo es preciso contar con
un futuro previsible y, dígame ¿cómo podría estar ese gobierno en manos de un
hombre que ni siquiera está seguro del día de mañana?
“Puedo
hacerle varias objeciones– pensó Berlioz– El hombre es mortal, eso no se
discute, pero…”
Pero
el extranjero le cortó:
–De acuerdo, el hombre es mortal, pero eso es sólo la mitad del problema. Lo grave es que es mortal de repente. Y no puede decir con seguridad qué hará esta tarde.
–De acuerdo, el hombre es mortal, pero eso es sólo la mitad del problema. Lo grave es que es mortal de repente. Y no puede decir con seguridad qué hará esta tarde.
–
Me parece que saca usted las cosas de quicio –le rebatió Berlioz – Puedo
contarle lo que haré esta tarde sin equivocarme. Bueno, salvo que me caiga un
ladrillo en la cabeza.
–
Puedo asegurarle –interrumpió el extranjero con autoridad – que no corre ese
peligro. La suya será otra muerte.
–Quizá
usted lo sepa y no le importe decírmelo –dijo Berlioz con ironía.
–Desde
luego, con mucho gusto –respondió el desconocido, y anunció –: Le cortarán la
cabeza
Berlioz,
esbozando una sonrisa oblicua, preguntó:
– ¿Y
quién será? ¿Invasores?
–No
–contestó su interlocutor– Una mujer del Komsomol.
– ¡Hum!–
gruñó Berlioz, irritado por la broma– perdone, pero me parece poco probable.
–Sí,
a mí también, pero así es–contestó el extranjero….
No hay comentarios:
Publicar un comentario